¿Los dispositivos inteligentes nos simplifican la vida o están complicándola aún más?
Esa es una pregunta que no me abandona desde hace años, especialmente ahora, en una era donde los relojes nos recuerdan cuándo respirar, los parlantes nos hablan antes de que despertemos, y el refrigerador puede enviarnos notificaciones si alguien dejó la puerta abierta. Como periodista y analista tecnológico, he observado el auge, la consolidación y la diversificación de los llamados "dispositivos inteligentes", y me parece un momento oportuno para preguntarnos: ¿hacia dónde va todo esto? ¿Y a qué debemos prestarle atención, más allá del marketing?
Este artículo no pretende ser una oda entusiasta al Internet de las Cosas, ni un manifiesto apocalíptico. Más bien, es un análisis sobrio y objetivo de las tendencias clave que están moldeando el futuro de los dispositivos inteligentes, con un enfoque técnico accesible, con referencias tangibles al mercado chileno y una fuerte atención en lo que realmente importa: la experiencia de usuario.
Dispositivos inteligentes: ¿qué son y qué implican hoy?
Cuando hablamos de dispositivos inteligentes, nos referimos a aquellos que combinan conectividad, sensores y software para realizar tareas con cierto grado de autonomía o personalización. Van desde los clásicos smartphones hasta asistentes de voz, TVs, wearables, electrodomésticos conectados e incluso accesorios como cepillos de dientes o espejos inteligentes.
Su evolución ha sido rápida, pero no uniforme. Algunos sectores, como el de los wearables y los asistentes de voz, han madurado; otros, como los electrodomésticos inteligentes, aún luchan con problemas de interoperabilidad, costos y escasa utilidad percibida.
En mercados como el chileno, donde la adopción tecnológica crece, pero con cierta cautela por los costos, la percepción de “valor real” sigue siendo el filtro principal. Y es aquí donde el análisis se vuelve especialmente interesante.
Inteligencia artificial en todas partes (pero no siempre útil)
La IA se ha vuelto un lugar común. Es raro encontrar un dispositivo en 2025 que no presuma algún tipo de “inteligencia” en sus funciones. Pero es importante separar el marketing del impacto real.
Tomemos el ejemplo de los televisores. Marcas como Samsung, LG y Hisense ya integran motores de IA que ajustan la imagen y el sonido según el contenido, la iluminación ambiental y las preferencias del usuario. ¿Vale la pena? Sí, pero sólo cuando está bien implementado. Hay dispositivos que ofrecen este tipo de "inteligencia" pero resultan en experiencias erráticas o configuraciones difíciles de desactivar.
En smartphones, la IA ha transformado la fotografía móvil. Los modelos de gama alta de marcas como Apple, Google y Xiaomi utilizan fotografía computacional avanzada para mejorar el rango dinámico, eliminar ruido en fotos nocturnas o seleccionar el mejor rostro en fotos grupales. Aquí, la IA sí mejora la experiencia del usuario real, aunque también plantea una pregunta ética: ¿estamos viendo lo que realmente capturamos, o lo que el software decide que deberíamos ver?
Hacia la invisibilidad funcional: el diseño que desaparece
Una tendencia cada vez más marcada en el desarrollo de dispositivos inteligentes es su tendencia a la invisibilidad, es decir, a fundirse con el entorno y volverse parte del mobiliario. Esto no es casual: los usuarios no quieren tener múltiples pantallas brillando en su casa. Quieren funciones que se activen cuando se necesitan y desaparezcan cuando no.
Los asistentes de voz sin pantalla, los sensores ambientales camuflados en lámparas, o los routers que parecen esculturas decorativas, son parte de este movimiento. También vemos esta idea en los wearables: relojes que parecen analógicos, pero monitorean la salud en tiempo real.
Sin embargo, esta invisibilidad también tiene un lado problemático: cuando el diseño sacrifica la capacidad del usuario para comprender o controlar el dispositivo. Lo funcional debe ir de la mano con lo comprensible.
Realidad aumentada y contexto predictivo: lo que viene
Uno de los desarrollos más prometedores para el futuro de los dispositivos inteligentes es la realidad aumentada combinada con el contexto predictivo. Imaginemos lentes que, al entrar a una tienda, muestran reseñas de productos, o que nos ayudan a navegar por calles sin mirar el teléfono.
Apple con Vision Pro, Meta con Quest 3 y otros fabricantes menores están trabajando en esto. Pero aún enfrentamos barreras: batería, comodidad, procesamiento local de datos y privacidad.
No olvidemos que el consumidor chileno —al igual que el latinoamericano en general— es altamente sensible al valor práctico. Dispositivos con RA deberán ofrecer mejoras tangibles en productividad o entretenimiento, más allá de experiencias futuristas atractivas pero efímeras.
Sustentabilidad: el elefante en la habitación
El boom de dispositivos inteligentes también plantea un problema silencioso: la obsolescencia programada y el incremento en residuos electrónicos. Un smartwatch que ya no recibe actualizaciones al cabo de dos años, o un asistente de voz que se vuelve lento por software inflado, terminan siendo desechados.
Algunas marcas están reaccionando. Fairphone, en Europa, propone modularidad y reparabilidad. Samsung y Apple, por su parte, ya han introducido materiales reciclados y programas de reciclaje. Pero la industria necesita un compromiso mayor, y el consumidor debe exigirlo.
En Chile, donde aún no existe una regulación estricta sobre reciclaje electrónico, esta conversación es urgente. Las tiendas y marcas que ofrezcan garantías de software, repuestos y servicios postventa sólidos, marcarán diferencia.
El usuario al centro: ¿más control o más dependencia?
El gran dilema del futuro de los dispositivos inteligentes no es técnico, es filosófico: ¿queremos más control o más automatización?
Un hogar donde todo se regula solo puede sonar atractivo, pero también puede volverse opaco: si no sabes por qué tu calefacción se enciende sola o por qué tu teléfono silencia llamadas sin avisar, ¿realmente tienes el control?
La buena noticia es que estamos empezando a ver herramientas de transparencia. Interfaz más claras, paneles de privacidad y opciones de desactivación selectiva. Pero aún estamos lejos de un equilibrio ideal.
¿Estamos preparados para el futuro inteligente?
Personalmente, creo que el avance de los dispositivos inteligentes es inevitable, pero no necesariamente uniforme ni positivo en todos los aspectos. Vamos hacia un entorno donde los objetos ya no solo nos obedecen, sino que actúan por nosotros. Esto tiene ventajas, sí, pero también riesgos de dependencia, vigilancia y exclusión digital.
Como analista, me entusiasma la posibilidad de un hogar que se adapte a ti, de un teléfono que entienda tus hábitos, de un coche que anticipe tus rutas. Pero como ciudadano, también me preocupa que los derechos del usuario se diluyan entre capas de algoritmos y contratos de datos opacos.
La clave estará en el equilibrio: exigir innovación, pero también responsabilidad. Celebrar el confort, sin sacrificar la comprensión.
¿Y tú, qué piensas?
¿Crees que los dispositivos inteligentes están facilitando o complicando nuestra vida? ¿Qué esperas ver en los próximos años en este mercado?
Déjame tu opinión en los comentarios y, si te interesan estos temas, te invito a leer mis artículos sobre inteligencia artificial en smartphones o el futuro de la realidad aumentada.
Nos seguimos leyendo.